La familia es, sin duda, entre las instituciones humanas,
la primera y la más vigorosa.
Porque el compromiso de los individuos que la forman,
está vinculado por los lazos indestructibles de la sangre y el afecto.
Y la familia constituye la casa,
dulce y bella palabra que contiene, en si misma, todos los motivos
del recuerdo, la lealtad y la esperanza.
La devoción a la casa debe ser uno de los más nobles sentimientos
que debemos inculcar en el ánimo de los jóvenes.
Porque el hogar es germen de vida,
altar de los afectos y reparo de las angustias.
La casa es germen de la vida porque conviven allí, creciendo
y amándose en sus acuerdos y en sus diferencias,
los miembros de una misma familia, esto es un solo corazón.
La casa es remedio para las angustias,
porque en ella nos refugiamos en nuestras aflicciones y en nuestras batallas
buscando consuelo y estímulo para seguir luchando.
Bendito sea el hogar amable, el hogar santo,
que nos protege con el amor de los padres,
con la alegría de los hijos y con el recuerdo de los grandes ausentes.
Esforcémonos por hace del hogar,
santuario de nuestros afectos, fuente de nuestras ilusiones
y guardián de buenas costumbres.
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